- Resulta inevitable preguntarte por tu participación en Stravaganza, el espectáculo teatral de Flavio Mendoza. No se puede negar que te dio un perfil público distinto para un deportista. ¿Te gustó?
- Me encantó. Antes de aceptar me sentía incómodo, creía que me iba a meter en un lugar que no era el mío, pero mi intuición y mis inquietudes de probar cosas nuevas me llevaron a vencer ese temor. Una vez que empecé encontré muchos puntos en común con mi deporte. Los requerimientos físicos eran altísimos, la necesidad de alimentación y descanso muy similares. La adrenalina estaba omnipresente: mucha acrobacia, riesgo en altura. Casi como si fuera una competencia, por eso me atrapó enseguida. Hicimos 400 funciones. Al final, cuando se me hizo algo rutinario y monótono, la energía del público fue clave. En resumen: me sirvió y me divertí muchísimo.
- ¿Podés afirmar que te ayuda para la competencia el tema de desarrollar lo tuyo frente a mucha gente? No es lo más habitual en gimnasia...
- Siempre cuento que me relajó mucho a la hora de competir. Esas 400 funciones que recién te contaba fueron siempre frente a 1.000 personas, algo que en competencias de gimnasia me puede pasar dos o tres veces en un año. Fue un curso acelerado de manejo de la escena, de contacto con el público, de respiración cuando hay tensión, de exposición.